sábado, 28 de noviembre de 2009

El "Ulises" de James Joyce (Capítulo VI)


     Una buena historia se convierte en algo universal y eterno situándose así aparte de la propia idiosincrasia de su época (“fuera del tiempo” que diría Cioran) cuando trata con madurez y profundidad ciertos temas que son una preocupación constante del ser humano a lo largo de toda su existencia. Uno de esos temas es el amor, o el sexo, pero otro, inevitable es la muerte. Si bien en el “Ulises” Joyce trata todos estos temas en la totalidad de la obra, nos hallamos ahora ante el capítulo centrado específicamente en el tema de la muerte, lo desconocido, la nada. El entierro de Paddy Dignam nos muestra como reacciona el ser humano ante la muerte, reacciones que son prácticamente universales. Por poneros un ejemplo, ¿quién no ha estado nunca en un funeral y oído (o incluso contado él mismo) un chiste que le provoca gracia? Además, la reacción ante esto siempre es la misma: alguien dice que es de mal gusto estar con bromas en un evento así mientras que otro replica que el difunto tenía un gran sentido del humor y le hubiera gustado eso. En esta forma de actuar tan propia de nuestra especie (reflejada a la perfección en esta novela) vemos claramente cómo afrontamos aquello que desconocemos.

      Antes de proseguir con el análisis del episodio sexto, como siempre os dejo el esquema del autor:

     Título: “Hades”
     Hora: 11-12
     Color: Negro, blanco.
     Personas: Ulises, Elpenor, Áyax, Agamenón, Hércules, Erifile, Sísifo, Orión, Laertes, etc.
     Técnica: Narración, diálogos.
     Ciencia, arte: Religión.
     Sentido: Descenso a la nada.
     Órgano: Corazón.
     Símbolo: Cementerio, Sagrado Corazón, El Pasado, El Desconocido, El Inconsciente, Defecto cardiaco, Reliquias, Fallo cardiaco.

      En prácticamente toda mitología occidental hay siempre un capítulo donde el héroe desciende a los infiernos. Un ejemplo clásico lo encontramos en el descenso de la diosa sumeria Ishtar a los infiernos. En la Odisea esa escena tampoco podía faltar, así vemos como en el canto XI de esta epopeya Ulises visita la morada de Hades en su larguísimo peregrinar hasta Íthaca. En el “Ulises” este descenso no es literal, nunca podría serlo en una novela hiperrealista, sino figurado. El funeral de uno de los amigos del señor Bloom es la metáfora perfecta de esto, pero Joyce no se queda ahí, sino que nos muestra el infierno personal de nuestro protagonista tanto mediante sus miedos internos como mediante el aislamiento social en el que transcurre su existencia.

      Y es que esta es la primera vez que vemos a Leopold interaccionar con otras personas de su entorno más allá de la compra de algo o el encuentro callejero fortuito. Así, en el coche en el que Bloom asiste al cortejo fúnebre van también otros tres conocidos suyos: Jack Power, Martin Cunningham y Simon Dedalus (padre del coprotagonista de esta magna novela).

      Al propio Stephen Dedalus lo vemos de pasada en este capítulo, caminando sólo por la calle (por la hora del día que es sabemos que acaba de estar en la playa donde transcurrieron los hechos del tercer capítulo). Se nos deja ver también el odio que su padre siente por Malachi Mulligan, el eterno compañero del poeta, y no de una forma precisamente velada:

      “- Se junta con gentuza, refunfuñó Mr. Dedalus. Ese apestoso de Mulligan es un jodido rufián de cuidado lo cojas por donde lo cojas. Su nombre apesta por todo Dublín. Pero con la ayuda de Dios y de su Santa Madre me voy a encargar yo de escribirle una carta un día de estos a su madre o a su tía o lo que sea que le va a abrir los ojos como platos. Lo voy a joder vivo, créanme.

      Y es que para un padre su hijo nunca puede ser culpable de nada, son las malas compañías con las que se junta.

      Otra persona con la se cruzan en su peregrinar fúnebre por las calles de la ciudad es con Boylan Botero. Y aquí nos volvemos a encontrar con la forma típica que tiene Leopold de evitar pensar sobre el amante de su mujer. Veamos lo que hace en cuanto se lo cruzan:

      “Mr. Bloom se pasó revista a las uñas de la mano izquierda, y luego a las de la mano derecha. Las puntas de las uñas, sí. ¿Hay algo más en él que ellas ella ve? Fascinación. El peor hombre de todo Dublín. Eso lo mantiene vivo. A veces presienten cómo es una persona. Instinto. Pero un tipejo como ese...

      Otras conversaciones distraen a los cuatro compañeros mientras atraviesan cuatro puentes en su camino al cementerio (como cuatro río tiene el Hades griego). A lo largo de este viaje vemos como Bloom es amable con sus acompañantes e intenta introducirse en la conversación tímidamente, pero los otros le rechazan de forma sutil una y otra vez. Es la primera vez que vemos a Leopold interactuar en un entorno social, y vemos como no le va muy bien. No debe tener demasiados amigos Bloom, o por lo menos no está bien considerado en la sociedad dublinesa en la que le ha tocado vivir.

      Otro hecho importante de este viaje es cuando la conversación pasa por un tema espinoso para nuestro amigo judío, el tema del suicidio. Vemos como se pone claramente nervioso ante este asunto y finalmente descubrimos el por qué en un estremecedor párrafo:

      “La tarde aquella de la investigación post mortem. La botella rojietiquetada en la mesa. La habitación del hotel con cuadros de caza. Ambiente cargado. La luz del sol por entre los listones de las persianas. Las orejas alumbradas de sol del juez de instrucción, grandes y peludas. El botones prestaba declaración. Pensó a primera vista que estaba dormido al principio. Luego le vio como unos surcos amarillos en la cara. Se había deslizado hacia abajo hasta los pies de la cama. Veredicto: sobredosis. Muerte accidental. La carta. Para mi hijo Leopold.

      Y es que los pensamientos de Bloom a lo largo de este capítulo están constantemente marcados por el concepto de la muerte: el suicidio de su padre y la muerte accidental de su hijo; pero también consideraciones prácticas, como sistemas para evitar ser enterrado vivo o el transporte de cadáveres hasta el cementerio. Vemos también como Leopold no considera el cuerpo como algo sagrado, sino que una vez muerto no le importa lo que se haga con él. Un hombre pragmático, en efecto.

      Finalmente el grupo llega al cementerio y se procede al entierro de Dignam, que deja una viuda y cinco hijos, entre las reflexiones sombrías de Bloom. Y aquí nos encontramos con la aparición de uno de los personajes más enigmáticos de toda la novela. ¿A quién no le ha pasado alguno vez que en un funeral (o una boda, para el caso es lo mismo) se encuentra con alguien a quién nadie parece conocer? Pues eso mismo sucede aquí, donde un extraño hombre observa el ceremonial desde la distancia. La gabardina que lleva el hombre provoca un malentendido a la hora de apuntar su nombre en la lista de asistentes, y así pasa a ser conocido como el señor Gandina (O MacIntosh, según la traducción). Este desconocido volverá a aparecer una y otra vez a lo largo de toda la obra, pero en ningún momento intercambiará ni una palabra con nadie ni hará nada relevante, pero su mera presencia es perturbadora para el lector. Porque en el fondo todos nos preguntamos lo mismo: ¿Quién es este tal Gandina?

      Pues hay muchas teorías que van desde lo anecdótico a lo metafísico pasando por lo literario. Hay quien dice que podría tratarse del mismo Joyce, que solía vestir así (algo similar a lo que haría más tarde Hitchcock en sus películas). Otra teoría defiende que se trata del amigo de Mrs. Sinico (cuya historia se relata en “Dublineses”, colección de relatos del propio Joyce, bajo el título “Un caso doloroso”) en un interesante análisis unificador de la obra del autor. Pero también hay opiniones mucho más extrañas: hay quien dice que se trata de Parnell (de quien se habla largo y tendido a lo largo de la obra), un héroe irlandés que se habría levantado de su tumba para defender su patria. No falta tampoco quien lo relaciona con Dios o con Jesucristo o, incluso, hay que defiende que cabalísticamente representa lo pecaminoso. Cierto es que el propio Bloom lo cuenta como el asistente número trece al funeral (“Número de la muerte”, pensará), quedando así identificado en la propia novela como un personaje de mal augurio. Pero la duda sigue abierta, y probablemente nunca se resolverá.

      Finalmente el funeral acaba y los asistentes parten cada uno por su lado acabando así este sombrío episodio, y nuestro análisis del mismo.

      Por último comunicaros que habrá un pequeño cambio en el formato del blog de ahora en adelante. Básicamente en ves de ir analizando una obra hasta su final he decidido hacerlo por partes. Esto es así porque la longitud de muchas de estas obras es inmensa y requerirían muchísimos artículos seguidos sobre el mismo tema, y claro, en caso de que no te interese este tema, sería un poco coñazo. El propio “Ulises” es un claro ejemplo pero la cosa empeoraría en cuanto comenzara a analizar “El Anillo del Nibelungo”, por ejemplo (es que más de trece horas de ópera dan para mucho). Así que antes a partir de ahora se irán alternando las distintas obras, por lo que antes de proseguir con el análisis del capítulo séptimo, ¿os parece si vemos una película?

lunes, 23 de noviembre de 2009

El "Ulises" de James Joyce (Capítulo V)


      Aquí estamos otro día más dispuestos a seguir con la lectura de esta inmensa novela de James Joyce. En el capítulo anterior hemos conocido a Leopold Bloom, protagonista indiscutible de la novela, pero por ahora aún sabemos poco de él, aún tenemos que acostumbrarnos a su forma de pensar y su forma de ser. Este objetivo lo cumple el capítulo quinto de la obra.


      Según el ya conocido esquema este capítulo tiene los siguientes simbolismos:


      Título: Los Lotófagos.

      Hora: 9-10

      Color: Pardo.

      Personas: Euríloco, Polites, Ulises, Nausícaa.

      Técnica: Diálogo, Soliloquio, Rezo.

      Ciencia, arte: Química.

      Sentido: La seducción de la fF.

      Órgano: Piel.

      Símbolo: Hostia, pene en el baño, espuma, flor, drogas, castración, avena.


      En este episodio sí que es realmente difícil encontrar la analogía con la historia de la “Odisea” basicamente porque es bastante vaga. En la obra de Homero los comedores de loto (lotófagos) muestran un desinterés total por la acción, se muestran totalmente abúlicos (podéis pensar en ellos como si se pasaran todo el día fumados, ambas cosas no difieren mucho). Sí que es cierto que hay un cierto aletargo en este capítulo, una especie de paralización y ralentizamiento que envuelve a los habitantes de Dublín en una hora tan temprana de la mañana. Las similitudes se acaban ahí.


      En cuanto a la técnica del capítulo no difiere apenas de la del episodio cuarto: tenemos una mezcla de mónologo interior en la mente de Leopold Bloom junto con algunas frases del narrador. Eso sí, en este capítulo, el monólogo toma total protagonismo, las frases del narrador se limitan a dos o tres alteraciones puntuales que apenas apuntan pequeños detalles. Todo ello, como siempre, mezclado aparentemente sin orden ni concierto, por lo que, si hasta ahora no era demasiado dificil suponer lo que estaba pasando, en este capítulo la cosa se vuelve bastante más compleja (lo que es la tónica de la novela, vamos). Es por ello que os resumiré un poco lo que está sucediendo.


      Tras su desayuno el Señor Bloom sale a dar un paseo por las calles de su ciudad. Recordemos que tiene un funeral hoy, el de Paddy Dignam, pero no se celebrará hasta las once de la mañana, lo que le deja algo de tiempo libre. Aparentemente camina sin rumbo, observando los escaparates y quejándose del calor (se aproxima una tormenta, hecho referenciado en la mayoría de capítulos de la obra). Pero realmente Leopold sí que tiene un objetivo en este deambular: se dirige dando varios rodeos a una estafeta de correos.


      ¿Por qué da este rodeo? En ningún momento lo comenta pero es presumible que hace esto para reconocer el lugar y evitar así que nadie conocido le vea entrando en esa oficina. Y es que el señor Bloom tiene algo que ocultar. En esa estafeta tiene una cuenta de correo bajo el pseudónimo de Henry Flower (Bloom en inglés significa “floración” por lo que la elección de un apellido tan rematadamente cursi tiene su cierta lógica) a la cual recibe cartas de una amante (meramente epistolar) llamada Martha Clifford.


      Nada más recoger su carta y salir de la oficina de correos se encuentra con un conocido suyo que no le cae demasiado bien y que realmente debe ser un poco pesado como vemos claramente en el siguiente extracto: “M'Coy. Deshagámonos de él pronto. Va a apartarme de mis asuntos. Qué molesta es la gente cuando uno.” M'Coy se para a hablar con él sobre el funeral de Dignam, pero Bloom (como hacemos todos cuando un pesado nos viene a dar la brasa) no le presta la más mínima atención, fijándose en cambio mientras él le habla en una mujer que está saliendo de un hotel. Leopold espera poder verle las medias, pero el pasar de un tranvía se lo impide. El hombre también le pregunta por su mujer Molly y aquí podemos ver claramente como Bloom hace esfuerzos por ni siquiera pronunciar el nombre del que sospecha es su amante:


      “- ¿Ah, sí?, dijo M'Coy. Me alegro de oírlo, viejo. ¿Quién monta el tinglado?


      Mrs. Mariom Bloom. Aún no levantada. La reina estaba en su domicilio comiendo pan con. Ningún libro. Ennegrecidas cartas de figuras yacían a lo largo del muslo de siete en siete. Mujer morena y hombre rubio. Carta. Gato ovillo peluso negro. Trozo roto de sobre.


Vieja.

Y.

Dulce.

Canción.

De.

Amoooor...


      - Es una especie de gira, ¿comprende? dijo Mr. Bloom pensativamente. Dulce canción. Se ha formado una comisión. A partes iguales en gastos y beneficios.

      Vemos como ante la pregunta de quién organiza la gira de conciertos de su mujer (nosotros sabemos que es Boylan, su amante), Bloom piensa en ella y le pasan por la cabeza imágenes confusas sobre la carta que ha recibido esta mañana y el posible adulterio, simplemente para acabar contestando sin mencionar el nombre del galán.


      M'Coy no se para a hablar con Bloom de manera desinteresada, lo que pretende es que Leopold firme por él en el entierro puesto que no le es posible acudir. En el Dublín de la época firmar en un entierro suponía, aparte de la rúbrica, dejar un poco de dinero para la viuda del fallecido, con lo cuál M'Coy realmente le da un pequeño sablazo a nuestro estimado judío.


      Tras despedirse de él, Leopold sigue caminando y aprovecha para leer la carta que le envió Martha oculta en el periódico. La carta va sujeta con un imperdible a una flor y está escrita repleta de faltas de ortografía, con errores, y una gramática más bien mala (“Así que ya sabes lo que te haré, diablillo, si no me escribiste.” !!!). Por lo visto Joyce también tuvo alguna que otra amante epistolar, y es que en el fondo esta novela no es más que una genial autobiografía del autor. Pero no sólo eso, su mujer (Nora Barnacle) no tenía demasiada cultura, por lo que también escribía de esta manera errónea y desordenada (Por si os lo estáis preguntando. No, Nora no leyó nunca ninguna obra escrita por su marido). La carta en sí (y sus incorrecciones) pasará a convertirse en otro de los motivos reiterados de la novela.


      Tras leer esta epístola plagada con referencias sadomasoquistas (en serio, más adelante descubriremos que el sadomaso es una de las fantasias de Bloom, como no, en el capítulo quince), Leopold se mete dentro de una iglesia, no por una cuestión de fe, sino porque tiene bastante calor y las iglesias, al ser edificios de piedra, suelen conservar el fresco. Allí asiste desde lejos a un fragmento de una misa mientras reflexiona sobre la perfecta estructura de la Iglesia Católica y fantasea con encontrarse con su idílica amante tras una ceremonia litúrgica.


      Tras salir de la casa del señor cura, se encamina hacia una farmacia para pedir un ungüento para su mujer y comprar de paso una pastilla de jabón, que guardará en su bolsillo durante todo el caluroso día, con la consiguiente degradación del mismo. Tras esto se encuentra con otro conocido, Lyons Gallito, un hombre peculiar obsesionado con las carreras de caballos, y con la ludopatía relacionada, evidentemente.


      Lyons tampoco le cae bien a Bloom y también quiere algo de él: mirar en su periódico las informaciones sobre la carrera que se celebrará ese día. En ese momento tiene lugar una de las conversaciones más caóticas del libro:


      “- Ascot. Copa de oro. Espere, masculló Lyons Gallito. Un momen. Maximum segundo.

      - Estaba a punto de tirarlo, dijo Mr. Bloom.


      Lyons Gallito levantó la vista repentinamente y lanzó débilmente una mirada maliciosa.


      - ¿Cómo es eso? dijo su voz aguda.

      - Digo que se lo quede, contestó Mr. Bloom. Estaba a punto de tirarlo.


      Lyons Gallito dudó por un instante, mirando desconfiado; luego devolvió con brusquedad las hojas abiertas a los brazos de Mr. Bloom.


      - Me arriesgaré, dijo. Tome, gracias.


      Salió en estampida hacia la esquina de Conway. Anda con Dios mamarracho.


      Lo que acaba de pasar es simplemente que Bloom ya ha leído el periódico y pretende librarse pronto de este personajillo, por lo que intenta regalarle el rotativo explicándole que de todas formas iba a tirarlo. Pero Lyons lo entiende mal y más adelante nos enteraremos de que él cree que Leopold le está recomendando un caballo (originando así un malentendido que tendrá repercusiones negativas para nuestro protagonista).


      Finalmente Bloom piensa en acudir a una casa de baños para tomar uno, cosa que hará fuera de la acción de la novela. Ese ha sido el capítulo, pero antes de dejaros por hoy, una pequeña reflexión.


      En este episodio empezamos a ver claramente cómo Joyce usa los leitmotivs en la obra, mezclándolos constantemente y desnaturalizándolos hasta tal punto que pierden todo su significado. Un gran ejemplo de esto son las dos páginas siguientes a la conversación de Leopold con M'Coy donde se mezcla el tema de Hamlet junto con el aria de Mozart y otro tema fundamental en la novela: lo que quiera que le sucedió al padre de Bloom, cosa que aún no sabemos pero que podemos ir empezando a deducir (“¡Pobre papá! ¡Pobre hombre! Me alegro de no haber entrado en la habitación a mirarle la cara. ¡Aquel día! ¡Dios mio! ¡Dios mio! ¡Fu! Bueno, quizás fuera lo mejor para él.”)


      Ah, y por supuesto aparece otro leitmotiv nuevo que también irá cobrando importancia a medida que transcurra el día. Es el siguiente anuncio de periódico que el Señor Bloom lee de pasada:


“¿Qué es el hogar sin

Fiambre en Pote Ciruelo?

Incompleto.

Con Ciruelo de felicidad repleto.”


       Tomar la publicidad de una marca comercial y convertirlo en arte, si es que en el fondo el Pop-art no fue tan innovador.


      Y con esto concluímos en análisis del capítulo cinco del “Ulises”. Veremos un funeral, en el próximo episodio.



martes, 17 de noviembre de 2009

El "Ulises" de James Joyce (Capítulo IV)

     Hasta ahora habíamos leído sobre Stephen Dedalus, joven poeta que lucha por labrarse un futuro en el Dublín de principios del siglo XX. Pero ahora, de golpe, un pequeño salto en el tiempo y vuelta a empezar. En el capítulo cuatro nos volvemos a situar de nuevo a las 8 de la mañana del jueves 16 de Junio de 1904 y nos situamos claramente en un escenario nuevo, una casa de clase media de Eccles Street, el número siete concretamente (Joyce toma prestada esta dirección del lugar de residencia de un amigo suyo). Y allí conoceremos a un nuevo personaje: el Señor Bloom. Veamos que es lo primero que se nos dice en la novela sobre él:



Una réplica de la puerta original del número 7 de Eccles Street, casa del matrimonio Bloom.

      “A Mr. Leopold Bloom le gustaba saborear los órganos internos de reses y aves. Le gustaba la sopa de menudillos espesa, las mollejas que saben a nuez, el corazón asado relleno, los filetes de hígado empanados, las huevas de bacalao fritas. Lo que más le gustaba eran los riñones de cordero a la plancha que le proporcionaban al paladar un delicado gustillo a orina tenuemente aromatizada.”


       Así pues, lo primero que conocemos de él son sus gustos alimenticios (bastante curiosos por cierto, tratándose de un judío converso). Esto no es casual. De Stephen hasta ahora conocíamos sus inclinaciones filosóficas y su lenguaje elaboradísimo (especialmente desde el capítulo anterior). Pero a Bloom se nos lo presenta con algo totalmente mundano y un lenguaje normal y corriente. Este contraste entre los dos protagonistas es fundamental a lo largo de la obra, son dos personas de mundos totalmente distintos (el uno académico católico, el otro comercial judío) que sin embargo, por azares del destino acabarán encontrándose. El mundo es pañuelo, y no sólo ahora, en la época de Internet, lo fue siempre.


       Antes de seguir con el análisis, os dejo como siempre con el esquema del propio Joyce:


     Título: Calipso.

     Hora: 8-9

     Color: Anaranjado.

     Personas: Calipso, Penélope (esposa), Ulises, Calídiques.

     Técnica: Diálogo de 2 personas, soliloquio.

     Ciencia, arte: Mitología.

     Sentido: El viajero que parte.

     Órgano: Riñones.

     Símbolo: Vagina, destierro, ninfa, Israel en esclavitud.


       Os llamará la atención que, en comparación con capítulos anteriores Joyce incluye aquí un nuevo simbolismo que mantendrá en el resto del libro: las analogías con órganos del cuerpo humano. Según el autor en los capítulos precedentes “Telémaco no soporta todavía el cuerpo”, sea lo que sea que esto quiere decir. Pero sí que hay un par de diferencias obvias y lógicas por las que se produce este cambio:


       En primer lugar lo que hemos leído hasta ahora constituye la primera parte del libro, mientras que ahora nos adentramos en la segunda. Esta primera parte bien podía haber sido el final del “Retrato de un Artista Adolescente tanto por su protagonista (Stephen) como por el estilo en el que está escrito, un estilo juvenil pero fuertemente joyceano. Ahora todo eso cambia, un nuevo protagonista exige también un lenguaje nuevo. Es sólo ahora, cuando nos introducimos realmente en el “Ulises”.


       Por otro lado Stephen y Bloom son personajes muy distintos, y no sólo por la edad. Stephen es un artista con tendencia a filosofar mientras que Bloom es un simple comercial que vive la vida con una practicidad absoluta. Mientras Stephen se pierde en reflexiones filosóficas casi todas las reflexiones de Bloom están ligadas a aspectos de la vida cotidiana, sin reflexionar en las altas esferas. Bloom es (en el fondo) un materialista, y como tal, acepta su cuerpo como lo que es. Es por ello que se hace necesario incluir esta nueva categoría en el esquema.


       En los años de aventuras de Ulises que transcurren en la “Odisea” tiene lugar un romance entre él mismo y una ninfa llamada Calipso. Finalmente cuando Ulises llega a casa y se reúne con su mujer (Penélope) se guarda bien de no contarle esto, se lo oculta. Por otro lado, la palabra “Calipso” significa en griego ocultar y velo. Bloom le oculta muchas cosas a su mujer, pero no solo eso, lo más grave es que se las oculta a sí mismo. Cualquier cosa que le provoque dolor es ignorada sistemáticamente en el pensamiento de Leopold Bloom, hasta puntos casi patológicos. Un gran ejemplo lo podemos ver cuando al llegar a casa tras comprar un riñón para desayunar, recoge el correo. Entonces se nos cuenta:


     “Dos cartas y una tarjeta yacían en el suelo del recibidor. Se agachó a recogerlas. Mrs. Marion Bloom. Su acelerado corazón redujo el ritmo al punto. Trazo firme. Mrs. Marion.”


       Más adelante cuando su esposa le pregunta nos enteramos de que una de las cartas es para él, de su hija Milly (una jovencita de quince años que actualmente no vive con ellos por motivos laborales) y la tarjeta es para su mujer.Al igual que la segunda carta, que su esposa oculta bajo la almohada. ¿Qué esta pasando aquí? ¿Por qué a Leopold se le acelera el pulso al ver esa carta y su mujer la oculta? Bloom ni siquiera lo piensa en ningún momento, se engaña a sí mismo a pesar de que sabe perfectamente lo que significa. Y es que después descubrimos que esta carta fue enviada por Boylan (cantante y compañero de su mujer, no sólo en los escenarios), Boylan, un nombre que resulta terrible para el bueno de Leopold, pero no es hasta mucho más adelante cuando, en nuestra primera lectura, descubrimos el por qué;  cobrando así su pleno significado todo este ocultamiento.


       No sólo se oculta esto nuestro héroe sino también muchas más cosas que sólo iremos descubriendo con el tiempo. Por ejemplo, en este capítulo Bloom piensa en esto al ver el cuadro de una ninfa desnuda que hay sobre la cama: “No muy distinta a ella con el pelo suelto: más delgada. Tres con seis di por el marco. Ella dijo que estaría bien encima de la cama...” Bien, lo que piensa es directamente mentira. En el capítulo 15 descubriremos que fue el propio Leopold el que, por un interés puramente sexual, insistió en situar el cuadro en ese lugar.


       Y es que el Señor Bloom tiene un grave problema sexual. Si no me equivoco ya he comentado en algún artículo anterior que no folla con su mujer desde que murió su primer hijo. En este capítulo descubrimos que eso sucedió hace once años. Y teniendo en cuenta que Leopold nunca le fue infiel a su mujer (al menos no físicamente hablando con un ser humano, sí, habéis leído bien, escabroso, ¿verdad?) es normal que el pobre esté un poco traumatizado. ¡Once años sin follar son demasiados para cualquiera! (Por cierto, según las malas lenguas esto también lo sacó Joyce se su propia biografía. Y sí, Joyce acabó alcohólico perdido). Esto le lleva a que guarde un fuerte resentimiento hacia su mujer, aunque en ningún momento lo demuestra con sus actos (incluso le lleva el desayuno a la cama) sino con sus pensamientos. Constantemente Bloom la critica mentalmente (con cosas como que está ahora más gorda que antes) y la desprecia de forma comedida. A pesar de ello se sigue notando el amor que profesa por ella, es lo que tiene la dualidad del ser humano, y que se refleja a la perfección en esta novela.


       La mujer de Leopold, Mrs. Marion Bloom es cantante profesional y lo largo de la novela se hablará en varias ocasiones de una gira de conciertos que hará con el tenor Boylan. No es casualidad que uno de los temas que interpretarán en esta gira (tal y como se nos cuenta en este capítulo) sea el dueto “Là ci darem la mano de la gran ópera “Don Giovanni” de Wolfgang Amadeus Mozart. En este dueto el protagonista de la ópera (Don Giovanni o Don Juan para los castellano-parlantes) acaba de quedarse a solas con una campesina llamada Zerlina el día en que esta se va a casar con su prometido Masseto. Para lograr acostarse con ella Don Giovanni la trata de convencer de que no es una mala persona y que una mujer tan bella como ella sólo puede estar casada con un noble y no con un vulgar campesino. Básicamente le pide en matrimonio sólo para poder tirársela, ¡que buen pavo este Don Giovanni! (Por cierto, tengo pensado hacer más adelante una serie de artículos también sobre esta ópera). Ahí es cuando comienza el dueto con la melodía de Don Giovanni “Là ci darem la mano” (Allí nos daremos la mano). Ante lo cual a Zerlina le asaltan dudas y contesta “vorrei e non vorrei” (Querré y no querré). Finalmente Zerlina es seducida por los encantos de su apuesto pretendiente y engaña a su marido (lo que desemboca en el esperado cabreo del mismo y en las ganas que tiene de asesinar a Don Giovanni, pero eso es otra historia). Como veis no es casual que Joyce haya elegido mencionar este dueto.


     El dueto se convierte así en uno de los leitmotivs más poderosos del “Ulises”. Pero sufre una pequeña modificación. Bloom no es tan culto como Stephen y no tiene tan buena memoria (tampoco sabe italiano como descubriremos mucho más adelante), por lo que se confunde y él cree que lo que Zerlina contesta es “Voglio e non vorrei”. Bajo esta forma pasa a formar parte este leitmotiv de la estructura de la obra. Esta equivocación es algo que se repite en muchísimas referencias que saturan la novela, por lo que plantearos que cuando os encontréis con una referencia, probablemente haya sido modificada con motivos burlescos.


       No es este el único leitmotiv importante de la obra. Otro lo podemos hallar en un anuncio de periódico que ojea Bloom mientras espera a ser atendido en la tienda. Es una anuncio sobre la compra de terrenos en Palestina a cargo de una empresa hebrea llamada “Agendath Netaim”. Este leitmotiv se repite constantemente y casi sin sentido a lo largo de la obra a medida que lo que le sucede al protagonista le recuerda a frases sueltas del anuncio hasta llegar al paródico clímax de exaltación de la empresa colonizadora en el demoníaco capítulo 15 (creo que ya he mencionado este capítulo varias veces, pero es que, como veremos es un momento, es el auténtico génesis y cúlmen de toda la novela).


       El capitulo acaba cuando a Leopold, tras desayunar su riñón medio quemado, le entran ganas de evacuar y va a la letrina situada en el jardín para proceder a ello mientras relee un viejo periódico. Este es uno de los momentos que muchos lectores encuentran desagradable en la obra por lo escatológico del mismo, pero la deposición de excrementos también forma parte de la vida humana, por lo que debe ser reseñada en esta inmensa novela. Como muestra ,el siguiente párrafo:


       “Plácidamente leyó, conteniéndose, la primera columna y, cediendo pero resistiéndose, comenzó la segunda. A la mitad, cediendo su última resistencia, permitió que el vientre se vaciara plácidamente mientras leía, leyendo aún pacientemente el ligero estreñimiento de ayer completamente desaparecido. Espero no sea demasiado grande vuelvan de nuevo las hemorroides. No, lo justo. Así pues. ¡Ay! Estreñido. Una tableta de cáscara sagrada. La vida podría ser así. No le afectaba ni le emocionaba pero era algo ligero y bien cuidado. Publican cualquier cosa ahora. Qué estación más tonta. Siguió leyendo, sentado calmoso sobre su propio tufo ascendente. Bien cuidado ciertamente. Matcham piensa a menudo en el golpe magistral por el que sedujo a la bruja hilarante que ahora. Empieza y termina moralmente. De las manos. Astuto. Echó un vistazo atrás a lo que ya había leído y, mientras sentía fluir su orina quedamente, envidió amablemente a Mr. Beaufoy que había escrito aquello y recibido en pago tres libras, trece con seis.”


       La personalidad de Bloom se define perfectamente en este fragmento extraído de su momento más íntimo. En el texto se mezclan frases del narrador junto con reflexiones del propio Bloom y frases extraídas del relato corto que lee en el periódico. Su reflexión final es netamente materialista al pensar en el dinero pagado al escritor por su publicación. Nunca el hecho de defecar había sido tratado de forma tan literario, ¿verdad?


       Por último acaba con lo que está haciendo mientras de fondo suenan las campanadas de una iglesia. Eso le hace pensar a nuestro héroe en su amigo Dignam, recientemente fallecido y a cuyo funeral debe asistir hoy (cosa que sucederá en el capítulo 6). Un curioso juego de palabras entre el sonido de las campanadas (“¡Dingdón!”) y el nombre del fallecido. Juegos como este también son una tónica distintiva de la novela.


       Y por fin acabamos este capítulo, en el cual hemos conocido al auténtico héroe de la novela, el Señor Leopold Bloom, el Ulises del Dublín del siglo XX. En el próximo episodio seguiremos con las andanzas de este individuo tan sumamente peculiar.

lunes, 16 de noviembre de 2009

El "Ulises" de James Joyce (Capítulo III)


      “Ineluctable modalidad de lo visible: al menos eso si no más, pensado con los ojos. Marcas de todas las cosas estoy aquí para leer, freza marina y ova marina, la marea que se acerca, esa bota herrumbrosa. Verdemoco, platiazulado, herrumbre: signos coloreados. Límites de lo diáfano. Pero añade: en los cuerpos. Luego se percató de aquesos cuerpos antes que de aquesos coloreados. ¿Cómo? Dándose coscorrones contra ellos, seguro. Tranquilo. Calvo era y millonario, maestro di color che sanno. Límite de lo diáfano en. ¿Por qué en? Diáfano, adiáfano. Si puedes meter los cinco dedos es una cancela, si no una puerta. Cierra los ojos y ve.”


      Bienvenidos al incomparable capítulo tercero de la “maldita novela-monstruo” (No me miréis mal, el propio James Joyce la definió así en una carta). El párrafo que he copiado arriba es el que abre este capítulo, y como anécdota os contaré que fue sólo con este párrafo con lo que la primera editora del “Ulises” se convenció de que tenía que publicar la novela.


      Otra pequeña cosa: este es el capítulo en el que la mayoría de la gente abandona la lectura del “Ulises”. El primer capítulo realmente complicado de la obra. La ruptura. Este capítulo cambió para siempre la historia de la literatura. Si lo puedes leer entero, enhorabuena, pero tengo que decirte que las dificultades no han hecho más que empezar. Y a pesar de todo merece la pena leer este libro, así de jodida es la vida, para conseguir todo lo bueno hay que hacer algún tipo de sacrificio.


      Os dejo el esquema de rigor:


     Título: Proteo.

     Hora: 10-11

     Color: Azul.

     Personas: Proteo, Menelao, Helena, Megapentes, Telémaco.

     Técnica: Soliloquio.

     Ciencia, arte: Filología.

     Sentido: La materia primera.

     Símbolo: Palabra, marea, luna, evolución, metamorfosis.


      Y la explicación de turno, claro: En el canto IV de la “Odisea” Menelao le cuenta a Telémaco cómo los dioses les habían retenido en una isla (así de simpáticos eran los dioses griegos). Para escapar tuvieron que capturar a Proteo y obligarlo a que los liberara. El propio Proteo era un dios con la curiosa habilidad de cambiar de forma, y como él cambiaba de forma, así fluye también el lenguaje a lo largo de este capítulo.


      El día de Stephen sigue avanzando y después de acabar su jornada laboral en el capítulo anterior, el aburrido joven se da un paseo por la playa de Sandymount. Y como se aburre mucho el pobre, le da por pensar. Reflexiona sobre muchas cosas el poeta a lo largo de este capítulo: desde teorías aristotélicas hasta sexo, pasando por su madre muerta y la poesía. Y es esta cambiante reflexión constante lo que complica enormemente la lectura del capítulo. Por poneros un ejemplo, en un momento piensa en hacerle una visita a su tía Sara. En ese momento te empieza a relatar la visita con todo lujo de detalles: conversaciones, historias familiares, etc. Es un poco más tarde cuando tú, como lector, te das cuenta de que Stephen en su deambular se ha alejado de la casa de su tía y nunca se produce esta visita. Stephen simplemente se la estaba imaginando, poniéndose en escena vamos. Y es que Stephen a lo largo de este capítulo es un constante “quiero y no puedo”:


      Quiere visitar a su tía Sara pero no lo hace; quiere escribir una serie de novelas cuyos títulos sean las letras del alfabeto, pero nunca lo hace; quiere enviar sus escritos a todas las bibliotecas importantes del mundo para que alguien los descubra en la posteridad, pero eso tampoco sucede nunca,...


      Así es Stephen, no me extraña que esté deprimido el hombre. Y como ya os dije, su línea de pensamiento es bastante extraña. Su educación religiosa hace que piense en este tema a menudo, pero siempre lo acaba deformando de forma grotesca (“Esposa y compañera de Adán Kadmon: Heva, Eva desnuda. Ella no tenía ombligo. Mirad. Vientre sin mácula, bien abombado, broquel de tensa vitela, no, grano blanquiamontonado naciente e inmortal, que existe desde siempre y por siempre. Entrañas de pecado.”) Pero no solo eso, su cabeza da constantemente vueltas a muchos conceptos sobre el lenguaje y la forma (de ahí que la ciencia de este capítulo sea la filología). Aquí su educación cristiana también se hace notar constantemente. Para Stephen el lenguaje surge del ruido (es por ello por lo que el capítulo está plagado de onomatopeyas) y el sonido de las olas al romper contra la playa lo lleva a la exaltación artística hasta el punto de que tiene que arrancar un cacho de hoja de la carta que le había encargado entregar Mr. Deasy para escribir unas palabras.


      Pero religión y lenguaje no son los únicos temas de este capítulo. Uno de ellos empieza a aparecer por primera vez aquí, y a partir de ahora será una absoluta constante en toda la novela. Sí, niños y niñas, me refiero al sexo. En un principio el tema surge porque Stephen ve unas comadronas en la playa y eso le hace pensar en el nacimiento y la muerte, y el acto fundamental para que exista un nacimiento no es otro que un buen polvo, hablando en plata. Posteriormente aparece una apareja de gitanos y el joven fantasea con la chica, ni más ni menos que con estas palabras: “Sus labios enlabiaron y embocaron labios de aire descarnados: boca a sus lunaentrañas. Trañas, tumba omnientrañante. Su boca moldeó el aliento que emanaba, inarticulado: uiija: bramar de planetas cataráticos, globulares, llameantes, bramando andoandoandoandoando.” ¿Habéis tenido alguna vez alguna fantasía sexual así? Yo no, desde luego, y mira que estoy colgado.


      Para Stephen el sexo va acompañado inevitablemente de un sentimiento de soledad. Como ya os comenté sólo ha podido follar con dinero de por medio (hecho que se describe en el “Retrato de un Artista Adolescente”). Es precisamente esta dualidad tan Joyceana entre sexo y soledad lo que nos conduce al que para mi juicio es uno de los mejores párrafos de la novela, y que no debe falta en todo libro de citas que se precie. Helo aquí:


      “Tócame. Ojos suaves. Mano suave suave suave. Estoy tan solo aquí. Venga, tócame pronto, ahora. ¿Cuál es esa palabra que todos los hombres conocen? Estoy tan silencioso aquí solo. Y tan triste. Toca, tócame.


      Increíble la genialidad del señor James Joyce, como usa el ritmo de las palabras para imitar la voluptuosidad sexual, y como logra que la soledad irrumpa como un poderoso martillo destrozando cualquier alegría que pudiera surgir ante la inminencia del placer físico. No hay palabras.


      Pero este párrafo nos lleva a una de las grandes polémicas del capítulo, polémica surgida sólo por este parrafito:


      “Dejó el moco seco que se había sacado de la nariz sobre el reborde de una roca, cuidadosamente. En cuanto a lo demás que mire quien quiera.


      Bien, es obvio que Stephen se hurga la nariz buscando algo más que petroleo, eso está claro. Pero, quedaos con la última frase: “En cuanto a lo demás que mire quien quiera”. ¿Qué es lo demás? ¿Qué hace Stephen como para que sea vergonzoso que alguien lo vea?


      La mayoría de críticos defiende la teoría de que el joven no hace otra cosa más que orinar contra las rocas. Pero unos cuantos creen que hace otra cosa bien distinta, aunque también relacionada con su pene. Analicemos lo que ha pasado antes: A lo largo del capítulo no hay ningún narrador, son simplemente los pensamientos de Stephen los que nos cuentan lo que pasa. Estos pensamientos se van haciendo cada vez más densos y cambian de tema con mayor rapidez en una especie de crescendo musical hasta llegar al aparente clímax: el momento en que el joven escribe un poemilla (supuestamente). Pero realmente ese no es el clímax, esa sensación se alarga mientras fantasea largo y tendido con la gitana hasta que se alcanza el punto de tensión máxima (“Dios se hace hombre se hace pez se hace barnacla se hace montaña plumón. Alientos muertos yo que vivo respiro, piso polvo muerto, devoro asadura orinada de todos los muertos. Izado yerto por encima de la regala exhala la peste de su verde sepultura, el leproso agujero nasal roncando al sol.”). Después sólo un par de párrafos más de monólogo interior y de repente... ¡Hay un narrador! Salimos de golpe de los pensamientos de Stephen en una sensación totalmente anticlimática. Ahora unamos eso con el párrafo que comentamos anteriormente sobre sexo y soledad. No sé a vosotros pero a mí los conceptos sexo, soledad y el clímax seguido por la calma me hace pensar sólo en una cosa. ¡Que onanista está hecho este Stephen.



Sandymount, la playa donde se desarrollan las masturbaciones más célebres de la historia de la literatura.


      Yo apoyo esta teoría, pero ya os digo que es muy controvertida (de hecho este capítulo no fue de los acusados por pornografía en el juicio contra la obra). Pensad lo que queráis, pero conociendo la manera de concebir la literatura que tiene James Joyce y teniendo en cuenta que mucho más avanzado el libro el otro protagonista (Mr. Bloom) sí que se masturba claramente en la misma playa, creo que nos hallamos en otro paralelismo más entre ambos personajes.


      Ah, un aviso, si se os ocurre algún año celebrar el Bloomsday os recuerdo que masturbarse en una playa en público suele estar bastante mal considerado, así que andaos con ojo.


      Bueno, esto ha sido el tercer capítulo del “Ulises”. Ahora vamos a cambiar totalmente de tercio y dejar que Stephen continúe con sus andanzas por las calles de Dublín porque le toca el turno de hacer su aparición estelar a Mr. Leopold Bloom en el próximo capítulo. Os espero.


sábado, 14 de noviembre de 2009

El "Ulises" de James Joyce (Capítulo II)


      Enhorabuena, si ha llegado hasta aquí ha sido capaz de leerse un capitulo del “Ulises” de James Joyce, alégrese: ¡ya sólo le quedan 17! Así pues, usted se ha acabado el primer capítulo y, ávido de buena literatura y orgulloso de si mismo, emprende la lectura del segundo. La complicación aumenta un poco más, y quizás se pierda en algún momento. ¡No se preocupe! Aquí estoy yo para ayudarle, o liarle más, todo depende de como se lo tome.


      Si en la publicación por entregas Joyce otorgó al primer capítulo el título de “Telémaco”, a este segundo le puso “Néstor”. En la “Odisea” de Homero Telémaco recurre a un sabio anciano para saber que ha sido de los héroes de la guerra de Troya y así poder comenzar la búsqueda de su padre. Este anciano, Néstor, le suelta un rollazo increíble sobre vida, obra y milagros de cada héroe, sobre historia al fin y al cabo. Y es este el tema de este capítulo: la historia. Antes de seguir, os comentaré las correspondencias que el autor le otorgó a este capítulo:


     Título: Néstor.

     Hora: 9-10

     Color: Marrón.

     Personas: Néstor, Telémaco, Pisístrato, Elena.

     Técnica: Diálogo de 2 personas, narración, soliloquio.

     Ciencia, arte: Historia.

     Sentido: La sabiduría del mundo antiguo.

     Símbolo: Ulster, mujer, sentido práctico.


      Como siempre, el esquema no aclara demasiado, aunque en este un poco más que en capítulo anterior. La acción transcurre efectivamente entre las 9 y las 10 de la mañana, el personaje de Néstor está representado por el director del colegio, Mr. Deasy; mientras que Telémaco es el propio Stephen. Se habla mucho de historia en el capítulo y también sobre las mujeres (claro que todo puesto en boca de un machista). El resto... paranoias de Joyce.


      El día va avanzando y a las 9 de la mañana Stephen se encuentra trabajando. Es profesor en un colegio para niños bien, por desgracia le pasan tres cosas distintas: por un lado no le gusta su trabajo, por otro no se le da bien, y por último los padres de estos niños pagan más por matricularlos en el colegio de lo que el gana dando clase, lo que le quita toda su autoridad. Pero bueno, un curro es un curro, y es la única fuente de ingresos de la que dispone. Por si fuera poco, más avanzado el capítulo, descubrimos que Stephen está plagado de deudas; de hecho hoy es día de cobro y, echando cuentas, llega a la conclusión de que debe muchísimo más de lo que ha ganado.


      Como ya he dicho es un profesor bastante malo: tiene que revisar en el libro las contestaciones que les da a los niños, los trata con indiferencia e incluso piensa en ellos con desprecio, ni siquiera la enseñanza de la literatura (la gran pasión de Stephen) le resulta gratificante. Él mismo reconoce que no nació para profesor sino para alumno, pero yo creo que hay algo más profundo en todo esto. Según mi opinión Stephen está atravesando una terrible crisis vital. ¿Por qué digo esto? A lo largo de todo el libro este personaje muestra un desinterés rayano al nihilismo en todo lo que hace, nada le importa, desprecia a todo el que tiene a su alrededor (nunca en actos, sino en pensamiento)... En este capítulo esto salta a la luz de forma especialmente relevante, porque aquí Joyce empieza a usar más a menudo la técnica del monólogo interior. Este es el capítulo donde empezamos a conocer de verdad a Stephen Dedalus (proceso que se completará magistralmente en el siguiente episodio). Y los pensamientos de Stephen son realmente extraños: filosofa constantemente y muchas veces sin ningún sentido, es incapaz de llegar a ninguna conclusión, su lenguaje es tremendamente rebuscado, no hace más que darle vueltas y vueltas a los asuntos más banales... Mezcla todo eso con el constante recuerdo del trauma por la muerte de su madre y tienes un clarísimo claro de depresión intelectualoide.


      Y es que ya os digo que sus pensamientos son realmente extraños y deprimentes. Lo primero que piensa en el capítulo es literalmente esto:


      “Fabulada por las hijas de la memoria. Y, sin embargo, fue de alguna manera, si no tal como la memoria lo fabulara. Una frase, pues, de impaciencia, ruido sordo de alas de exuberancia de Blake. Oigo la devastación del espacio, cristal destrozado y desplome de mampostería, y el tiempo un lívida flama final. ¿Qué nos queda entonces?”


      Piensa eso sobre la historia, pero no se queda ahí. De sus alumnos piensa, por ejemplo: “Sabían: ni habían aprendido ni jamás habían sido inocentes”; y de los personajes históricos: “El tiempo los ha marcado y encadenados se alojan en la habitación de las posibilidades infinitas que ellos han desplazado. Pero ¿son posibles aquéllas sabiendo que nunca existieron? ¿O fue sólo posible aquello que llegó a ocurrir? Teje, tejedor del viento.


      Así es Stephen, todo un encanto, vamos. Una última cosa sobre este personaje: en este capítulo se muestra totalmente arrepentido de haber negado el catolicismo en el lecho de muerte de su madre (cosa que por cierto, aún no sabemos si es nuestra primera lectura del libro).


      La clase acaba abruptamente cuando los alumnos van al patio a jugar al hockey y entonces Stephen se reúne con el director del colegio, Mr. Deasy, para recibir su paga. Mr. Deasy también es un tipo tremendamente peculiar: antisemita, nacionalista y misógino. Ahí es nada. Pero no sólo eso: casi todo lo que dice es directamente falso, pero él se lo cree claro (algo más habitual de lo que parece). Por ejemplo: asegura descender de Sir John Blackwood, del cual asegura que votó a favor de la unión (cosas de la historia de Irlanda). Bueno, la realidad es que este tal John Blackwood en el 1800 se opuso totalmente al Acta de la Unión llegando a rechazar el título nobiliario que le ofrecían si la apoyaba. Y es que, como ya he dicho casi todas las afirmaciones de este hombre son totalmente falsas, y en esto reside gran parte de la esencia de la novela. Mr. Deasy representa al Néstor homérico, al hombre sabio, pero Joyce aquí troca sabiduría por falsa palabrería en una clara deformación esperpéntica del mito en el que se basó para escribir su novela.


      Otra cosa más sobre la técnica de Joyce. Aquí se puede ver como Mr. Deasy es completamente misógino en un apasionado discurso (“Soy más feliz que usted. Hemos cometido muchos errores y muchos pecados. La mujer introdujo el pecado en el mundo...”). Pues bien, este personaje no vuelve a aparecer, pero en el capítulo 7 descubrimos las causas de esta misoginia cuando el director de un periódico habla de él en estos términos:


      “Ah, le conozco, y conocí a su mujer también. La más jodida vieja pendona que jamás haya hecho Dios. ¡Jesús, esa sí que tenía glosopeda de eso no hay duda! Aquella noche que le tiró la sopa a la cara al camarero del Star and Garter.”


      Mr. Deasy le pide a Stephen que hable con algunos amigos suyos para poder publicar un artículo sobre una enfermedad que está afectando al ganado irlandés. Esto nos proporciona dos cosas interesantes: primero, un apodo que Stephen se autoimpone (“Bardo valedor de bueyes”) y segundo uno de los cientos de leitmotivs de la obra (como Hamlet o el señor Macintosh del que hablaremos más adelante.


      El tema del capítulo es la historia y en los personajes protagonistas del mismo vemos dos concepciones completamente distintas del tema: Para Stephen la historia es falsa (“Fabulada por las hijas de la memoria”), parcial e interesada; una mera excusa para justificar hechos actuales. Sin embargo para Mr. Deasy la historia es real, y no sólo eso, sino que tiene un objetivo: “Toda la historia humana se dirige hacia una gran meta, la manifestación de Dios.” Esta es la clásica concepción idealista de la historia. Dos interpretaciones de la historia bastante distintas, ¿con cual quedarse? Yo personalmente con ninguna de las dos, pero cada uno es libre de pensar lo que quiera.


      Un último concepto interesante. Cuando Mr. Deasy da su definición de la historia mientras se escucha a los niños jugar en el patio, Stephen señala hacia la ventana y le replica:


      “- Eso es Dios.

      ¡Hurra! ¡Bien! ¡Prrrri!

      - ¿Cómo? dijo Mr. Deasy.

      - Un grito en la calle, dijo Stephen, encogiéndose de hombros.”


      Para terminar os dejo el incomprensible acertijo que Stephen propone a sus alumnos, para que os ralléis un poco. La solución, en el libro. Seguiremos otro día con el primer escollo en la lectura de esta inmortal obra: el temible odiado y genial capítulo tres.


“El gallo ha cantado,

el cielo cobalto:

campanas en las alturas

dan las diez y una.

Hora es que esta pobre alma

ascienda a las alturas.”


      ¿Qué es?


viernes, 13 de noviembre de 2009

El "Ulises" de James Joyce (Capítulo I)

      Así pues son las ocho de la mañana del jueves 16 de Junio de 1904. El sol sale entre las sombras del mar y en la cima de la Torre Martello un joven se afeita. Así empieza este capítulo primero del “Ulises”. Cuando James Joyce empezó a publicar esta novela lo hizo primero por entregas en una revista estadounidense (hasta que se la censuraron por pornografía, como ya sabemos). A cada capítulo le adjudicó un título para que figurara en la revista, aunque originalmente él no se los había puesto a los capítulos de la novela. Pues bien, el título de este capítulo es “Telémaco”.


      Para los que no estéis versados en la historia de la "Odisea" os hago un pequeño resumen. Después de la guerra de Troya (que duró la polla de años) el héroe Ulises regresa a Íthaca, su hogar, en su barco, pero el dios Neptuno anda mosca con él así que decide hacerle un poco bastante la puñeta y alejarlo de su rumbo. Ulises así vive varias aventuras mientras trata de encontrar un camino de vuelta a casa. Mientras tanto, en su hogar, su mujer Penélope es asaltada por un huevo de pretendientes (muy buena debía estar). Penélope se mantiene fiel a su marido, pero el hecho de que los pretendientes ronden por el palacio no le gusta nada al hijo de la pareja, el joven Telémaco, ya que los considera unos usurpadores del puesto de su padre.


      Es de este personaje de quien Joyce toma el nombre para titular este capítulo. De hecho a lo largo del capítulo hay varios paralelismos claros entre Stephen Dedalus, protagonista del mismo, y el Telémaco homérico (como iremos viendo). Pero empecemos. Antes de leer el capítulo permitidme que os ponga las relaciones del mismo con las más dispares cosas, según el propio Joyce comentó en varios esquemas. Son las siguientes:


     Título: Telémaco

     Hora: 8-9

     Color: oro, blanco

     Personas: Telémaco, Antínoo, Mentor, Palas, Los Pretendientes, Penélope (madre)

     Técnica: Diálogo de 3 y 4 personas. Narración. Soliloquio.

     Ciencia, arte: Teología.

     Sentido: El hijo desposeído en lucha.

     Símbolo: Hamlet, Irlanda, Stephen.


      Y así de pancho se quedó el escritor diciendo esto, hay que joderse. Hay cosas de este esquema que son bastante claras; como la hora en que se desarrolla la acción, la relación Stephen-Telémaco, el sentido y los símbolos. Pero, tanto el color como las personas son bastante incomprensibles, casi mejor ni intentar darle un significado a esto, creedme, vuestra salud mental os lo agradecerá.


      Empieza la acción con un joven afeitándose, como ya sabéis. Ese joven no es otro que Malachi Mulligan un descreído y sarcástico estudiante de medicina (y un poco cabroncete también). Cuentan las malas lenguas que este personaje representa a un antiguo amigo del propio Joyce con el que acabó bastante mal. Sea como sea en seguida vemos la personalidad de Mulligan: su afeitado lo hace en forma de parodia religiosa y constantemente a lo largo del capítulo suelta sus características frases sarcásticas, alguna de ellas, hay que reconocérselo, bastante divertidas (“Los isleños […] hablan frecuentemente del recaudador de prepucios”). Algo de ingenio también tiene el hombre y para muestra una cancioncilla blasfema de su propia invención que recita en el texto, “La balada de Jesús jacarero”:


“Jamás habréis visto un joven tan raro,

mi madre judía, padre un pajarraco.

Con José el fijador bien no me llevo.

Por los discípulos y el Calvario brindemos.

[…]

Si alguien pensara que no soy divino

no beberá gratis mientras hago el vino,

sino agua, y ojalá sea una clara

cuando el vino otra vez agua se haga.

[…]

¡Adiós, digo, adiós! Escribid lo que he dicho

y contad a todo quisque que resucité de entre los nichos.

La querencia no falla, y volaré ¡por Dios!

Sopla brisa en Olivete - ¡Adiós, digo, adiós!”


      En seguida aparece en escena Stephen (“Kinch, desgraciado jesuita” según Mulligan), uno de los dos protagonistas de la novela. Stephen, como ya hemos dicho, es también el protagonista de “Retrato de un Artista Adolescente” del mismo autor. Pero han pasado dos cosas importantes entre esa novela y esta. Por un lado ha estado un tiempo viviendo en París, lo que le ha dado mundo y cultura. Por otro su madre se ha muerto, lo que le ha dado un gran y bonito trauma. Más adelante nos enteraremos de que no sólo su madre ha muerto, si no que en su lecho de muerte le pidió al propio Stephen que volviera a aceptar el catolicismo, a lo que él se negó. El trauma por la muerte de su madre queda reflejado constantemente a lo largo de este capítulo. Ah, una aclaración por si no habéis leído la novela anterior: Dedalus estudió en un colegio jesuita, y eso influyó de forma determinante en su personalidad. Queda dicho. Y otra cosa, Stephen es el alter ego del propio James Joyce cuando era joven.


      Tanto Stephen como Mulligan viven bajo régimen de alquiler en la Torre Martello, junto a otro estudiante más: Haines, un inglés apasionado por la cultura irlandesa. La relación entre este trío de jóvenes no puede ser de lo más peculiar: en este capítulo descubrimos que Stephen está resentido con Mulligan por algo que dijo poco después de la muerte de su madre (aparte de por el hecho de que le sablea constantemente); pero no sólo eso, por si fuera poco el inglés no está demasiado bien de la cabeza y se ha pasado la noche anterior entera gritando en sueños por una pesadilla con una pantera. Vaya tres, ¿no? Lo peor de todo no es eso, lo peor es que esto está basado en una historia real. El propio Joyce vivió en esa torre con estos dos elementos hasta que el inglés una noche en mitad de una pesadilla comenzó a disparar con una pistola pensando que era atacado por una pantera. Ni que decir tiene que Joyce abandonó al instante la vivienda. El inglés en cuestión se acabo suicidando, para que lo sepáis.


La Torre Martello a día de hoy. Como podremos comprobar todos los lugares que aparecen en la novela existían en el Dublín de la época.


      El trío de protagonistas refleja bastante bien el ambiente entero del capítulo: un inglés que adora Irlanda y desprecia lo que Inglaterra le ha hecho, un ateo convencido que cree que su amigo debería haber aceptado la religión cuando su madre estaba en el lecho de muerte; y el propio Stephen que odia a estos dos tanto como los necesitas. Nadie parece ser coherente, no en vano la última palabra de este capítulo es: “Usurpador.


      La historia avanza con sencillez en este capítulo: Stephen le pide algo de ropa a Mulligan (al tiempo que este le pide dinero), preparan el desayuno, compran leche a una señora bastante mayor y al final se van a bañar al mar mientras Stephen se va a trabajar. Pero sí que pasa algo importante, y que nos conducirá directamente al final de la novela. A lo largo de todo el capítulo Stephen cree que Mulligan pretende hacerse con la llave de la Torre, es decir, robársela, teniendo en cuenta que es Dedalus el que paga el alquiler (es el único de los tres con trabajo). Al final es el propio Stephen quien se la da, probablemente para no discutir con él. Mulligan es el usurpador al que se refiere la última palabra. Todo esto acabará llevando a que durante la noche, cuando Stephen en mitad de la juerga pierda a estos dos, acabe siendo acogido por el señor Bloom en su casa, pero no nos adelantemos tanto.


      Esa es la trama general del capítulo, pero ya hemos dicho que el protagonista de esta novela era el lenguaje, ¿qué le pasa pues al lenguaje mientras esto sucede? El lenguaje es joven, Joyce imita la técnica de un escritor joven, es vigoroso, refleja los diálogos tal cual se producen, pero ya empezamos a atisbar un mínimo de complicación en su lectura. Esta complicación surge principalmente de un técnica que Joyce puso de moda con esta novela, y que ahora es muy habitual por cierto: el monólogo interior. Un monólogo interior es cuando se dice exactamente lo que piensa un personaje, tal cual y como lo piensa. La dificultad surge de que el pensamiento humano suele ser bastante caótico, lo cual inmediatamente convierte en caótico al monólogo interior. Y no sólo eso, a diferencia de la mayoría de obras posteriores que usaron esa técnica, aquí Joyce no remarca de ninguna manera especial cuándo usa la técnica, lo que conlleva a que la narración de la historia se mezcle con los pensamientos de Stephen, dificultando en gran medida el reconocer cuando habla el narrador o cuando piensa el protagonista. Os dejo un ejemplo, para que os hagáis una idea:


“Sombras de espesura flotaban silenciosamente por la paz de la mañana desde el hueco de la escalera hacia el mar al que miraba. En la orilla y más adentro el espejo del agua blanquecía, hollado por pisadas livianas de pies apresurados. Blanco seno del mar ensombrecido. Golpes ligados, dos por dos. Una mano punteando las cuerdas del arpa, combinando acordes ligados. Palabras enlazadas de blancoola fulgurando en la marea ensombrecida.”


      La primera frase es claramente parte de la narración, pero el golpear de las olas contra la costa parece hacer pensar a Stephen en ritmos musicales, en un arpa, y posteriormente en el propio fluir del lenguaje. No es muy complicado por ahora, ¿verdad? Esperad al tercer capítulo para tiraros de los pelos y cagaros en la madre de James Joyce.


      Otra característica del lenguaje del autor es la manera que tiene de definir las cosas. Tomemos por ejemplo (del párrafo anterior) la palabra “blancoola”, es esa mezcla de un sustantivo con un adjetivo en la misma palabra a lo que me refiero. Algo poco menos que peculiar y que vemos cómo es usado una y otra vez a lo largo del capítulo: “verdimoco”, “almizcleperfumado”, …


      También dificulta la lectura el hecho de que en muchas ocasiones los pensamientos de Stephen, o los diálogos de los personajes, pasan a toda velocidad por hechos de los que no tenemos conocimiento. Cosas de su pasado, por ejemplo. En ocasiones a lo largo de la novela esto se va aclarando, pero en muchos otras no. También podríamos aplicar esto a las mil referencias a la cultura irlandesa, la religión o la filosofía, que o las conoces o no, pero Joyce no se va a parar en explicártelas, eso está claro.


      En este capítulo también empiezan a desfilar algunos de los temas clave de la novela: por ejemplo el tema de “Hamlet” y las teorías de Stephen sobre esta obra, el tema religioso o la explotación de Irlanda por parte de Inglaterra. Estos tres temas, junto con muchos otros, actúan como constantes hilos conductores de la novela cobrando en ocasiones vida propia independiente de los personajes, una de las grandes genialidades de James Joyce.


      Como vemos el autor nos ha presentado por ahora a tres jóvenes estudiantes, bastante descreídos todos ellos y la situación (el robo de la llave) que dará inicio al clímax de la novela. Por ahora ha sido un capítulo corto y fácil de leer. La mayoría de la gente que empieza el “Ulises” una vez que acaban este capítulo piensan: “Bah, el Ulises no es tan complicado”. ¡Que equivocados están! Ya en el próximo capítulo la cosa se empieza a complicar un poco más, como veremos en su momento.

martes, 10 de noviembre de 2009

El "Ulises" de James Joyce (Visión preliminar)

      Corre el jueves 16 de junio del año 1904. A primera hora de la mañana un joven, sarcástico y orondo estudiante se afeita observando la salida del sol desde lo alto de su residencia en la Torre Martello comparando este ritual diario con la estricta observancia de la norma religiosa. En el final de ese mismo día una mujer de mediana edad algo entrada en carnes reflexiona sobre su vida mientras está esperando a que le entre el sueño tumbada en la cama, tras la vuelta de su marido, reflexiona entre otras cosas sobre sus amantes, los pasados y el actual.


      Entre estos dos sucesos tan normales transcurre toda la acción de la que probablemente sea la mejor novela de todos los tiempos. Estoy hablando como no del “Ulises” de James Joyce.


Este es el culpable de tamaña monstruosidad de novela, sí hay un dios de la literatura, es él.


      Es realmente difícil decir algo en general sobre esta gran novela, por lo que me planteo hacerlo basándome en la suposición de que no la habéis leído, quizás así, sí que os pueda explicar algo coherente acerca de esta obra.


      Lo primero que llama la atención una vez que consigues la novela es su tamaño: 908 páginas (sin contar el prólogo de más de 180) en su versión de la Editorial Cátedra. Es una novela larga. Pero en cuanto empiezas a leerla no es el tamaño lo que asusta, sino su increíble complejidad y, por encima de todo, su extrañísimo lenguaje. Como muestra, un botón, os leo unas frases correspondientes al episodio 14:


      “...Sí, Piadoso habíale hablado de aquella tierra y Casto le había mostrado el camino pero la cosa era que en el camino había caído con una cierta puta de aspecto atractivo cuyo nombre, dijo ella, es Más-vale-un-toma y le sedujo con malas mañas apartándole del camino verdadero con embelecos como ¡Eh! ¡Oye! mozo gentil, ven para acá que te voy a enseñar un sitio muy bonito, y le fascinó tan lisonjeramente que se lo metió en su gruta que es llamada Que-dos-te-daré o, según algunos sabios, Concupiscencia Carnal.


      Así, tal cual, errores en la puntuación incluidos.


      Pero una vez que superas el susto inicial y te empiezas a acostumbrar al cambio constante de lenguaje es cuando empiezas a ver la genialidad que hay en esta novela (si no te has echado para atrás a la hora de leerla, cosa que les pasa a muchos). Y una vez que la acabas sientes dos cosas bien distintas: Por un lado un fuerte sentimiento de realización (“¡He sido capaz de leer esta cosa cuasi-informe!”) y por otro lado el deseo de volverla a leer (“Bueno, a ver si ahora me entero de de qué va esta cosa”). Y que hasta que no es leída varias veces lo más probable es que no tengas demasiada idea de casi nada de lo que pasa en la novela.


      No es fácil saber lo que pasa en la obra, y esto es, precisamente, porque no pasa nada importante. Los personajes de la novela son gente normal y corriente, y viven un día normal y corriente. Bueno, algo pasa, hay un par de broncas, una masturbación pública, una cagada y muchísimos pensamientos impuros, pero nada de relevancia para sus protagonistas.


      Después de lo que acabáis de leer no os sorprenderéis si os digo que esta novela estuvo prohibida durante unos cuantos años por ser considerada pornográfica, pero nada más lejos de la realidad. Lo que la novela relata es al hombre corriente, y lo relata hasta el más mínimo detalle (tened en cuenta que en esas 908 páginas no transcurren ni 24 horas); no hay moralismos absurdos: si el protagonista caga, te cuenta como caga, si el protagonista se masturba en la playa... bueno, vale, digamos que el protagonista no es que sea tampoco un hombre demasiado corriente.


      Y hablando del protagonista, resulta curioso que no lo vemos ni conocemos de su existencia hasta bastante avanzada la novela (el hombre está durmiendo a esas horas y tampoco era plan molestarlo). La obra empieza con Stephen, en el se centran los primeros capítulos. ¿Qué decir de Stephen? Pues muchísimas cosas que iremos descubriendo a lo largo de la lectura. Stephen es un joven estudiante, ya ha protagonizado con anterioridad otra novela de Joyce (“Retrato de un Artista Adolescente”) y lo vemos pocos años después de acabado este relato. Hasta justo ese día comparte piso con otros dos estudiantes, su madre ha fallecido hace relativamente poco, y nunca ha estado con una mujer (en el sentido bíblico del término) sin dinero de por medio. Es un auténtico genio este Stephen, pero sus habilidades sociales son un poco escasas. Toda la crítica está de acuerdo al afirmar que Stephen Dedalus (así se apellida, el pobre) es en realidad el alter ego de un joven James Joyce.


      Pero Joyce ya no era joven cuando escribió esta novela, por lo que decidió crear otro alter ego para sí mismo: el señor Leopold Bloom. Éste es el auténtico protagonista. ¿Y qué decir de Bloom? Bueno, también muchas cosas: es agente comercial de la sección de publicidad de un periódico, es judío (aunque renunció a su religión para casarse con una católica), sospecha que su mujer le engaña (acertadamente), tiene una hija, y no mantiene relaciones sexuales desde que falleció su primogénito. Ahí es nada. Leopold Bloom, con todas sus imperfecciones, refleja al típico hombre de clase media, un random, vamos.


      Estos dos serán los protagonistas principales de la novela, pero sus caminos no se cruzan hasta casi el anochecer, así que, ¿qué otros personajes veremos en este día tan ajetreado? Pues muchísimos, centenares y centenares, algunos muy detallados, otros apenas sombras con las que nuestros héroes se cruzan en el devenir de su vida cotidiana, otros simplemente existen en los pensamientos de los protagonistas, pero todos con una increíble profundidad, tanta, que una vez has acabado de leer la obra, sabes que ellos seguirán con sus vidas tal y como las han dejado.


      Una vez presentados a los personajes, otra pregunta fundamental en cualquier análisis literario que se precie: ¿De qué trata la novela? “Ulises” no trata de nada. De nada en concreto, claro, salvo quizás el tedio de la vida cotidiana. Pero en sus páginas hay de todo: sexo, literatura, música, amor, enseñanza, historia, política, odio, prostitución, engaños, infidelidades, sueños, trabajo, maternidad, nocturnidad y alevosía. Vamos, lo que constituye una vida. Y es que el “Ulises” de Joyce es el reflejo exacto de una vida de clase media (con aspiraciones burguesas, eso sí) en la sociedad capitalista. Ni más ni menos.


      Después de leer todo esto es probable que el “Ulises” os parezca una novela aburrida. Al fin y al cabo son 908 páginas donde te describe como unos tío normales viven un día normal. Nada más lejos de la realidad. Esta historia tan banal no es más que una excusa para que el verdadero protagonista de la novela cobre forma. Y el verdadero protagonista de la novela es ni más ni menos que el lenguaje. Toda la historia es secundaria, lo importante es ver como Joyce modifica constantemente el lenguaje de maneras cada vez más retorcidas y escabrosas con el fin de transmitirnos lo que está sucediendo o de sumergirnos en sus complicadísimos juegos de palabras (una de las constantes de toda la obra). Cada capítulo está escrito con un lenguaje y un estilo totalmente distintos, desde el estilo juvenil y desenfadado del primer capítulo, hasta el teatro casi esperpéntico y decididamente surrealista del capítulo quince, pasando por cosas como réplicas de novelas cursis o un estilo propio donde todo son preguntas y respuestas. ¡El último capítulo son 53 páginas sin un triste signo de puntuación divididas en 6 inmensos párrafos! Ahora me entendéis cuando os decía que el lenguaje es extrañísimo, ¿verdad?


      El lenguaje no es el único problema que presenta esta novela. Sin duda, uno de los hechos que más ríos de tinta ha hecho correr sobre la misma es su propio título. ¿Por qué “Ulises”? Parece ser que Joyce desde el principio se planteó la estructura de la novela como una imitación de la estructura de la “Odisea” de Homero. No sólo eso, sino que se planteó similitudes entre sus personajes y sus situaciones, algo difícilmente comprensible tras una primera lectura (o una segunda o una tercera, vamos). El propio Joyce llegó a publicar un esquema donde se aclaraban estas relaciones (así como muchos críticos), pero así y todo es difícil de entender. Para que os hagáis una idea de la complejidad del esquema Joyce relacionaba cada capítulo con una aventura de la odisea, con una hora del día, un color, una técnica narrativa, una disciplina del conocimiento humano y muchas otras cosas... Da la impresión de que Joyce pretendía hacer una especie de compendio del conocimiento humano con esta obra.


      El “Ulises” es una lectura difícil, eso hay que reconocérselo. El propio Joyce dijo que había metido tantas referencias y juegos palabras en su obra que haría falta un siglo entero de críticas literarias para acercarse siquiera a desvelarlas todas. Sinceramente, no puedo estar más de acuerdo. Para que os hagáis una idea de su dificultad, gran parte de los críticos de su época no fueron si quiera capaces de leerla, pero no sólo los críticos, muchos escritores de renombre hubo que intentaron su lectura una y otra vez, sin conseguir pasar nunca de más de dos centenares de páginas.


      ¿Por qué pues leer esta obra que según muchos es difícil, densa y aburrida? Porque, al menos para mí, ha sido la experiencia más gratificante que tenido nunca a la hora de leer un libro. La lectura del “Ulises” ha cambiado por completo mi forma de experimentar la literatura, el mundo y el arte. Para que os hagáis una idea, ahora son el resto de las novelas las que me provocan tedio.


      Pero el movimiento se demuestra andando, así que dejemos de ensalzar las virtudes de esta obra y pasemos a mostrarlas en la práctica, es decir, con su lectura. Si me acompañáis, en el próximo artículo hablaremos del capítulo uno, conocido también como “Telémaco”.