lunes, 23 de noviembre de 2009

El "Ulises" de James Joyce (Capítulo V)


      Aquí estamos otro día más dispuestos a seguir con la lectura de esta inmensa novela de James Joyce. En el capítulo anterior hemos conocido a Leopold Bloom, protagonista indiscutible de la novela, pero por ahora aún sabemos poco de él, aún tenemos que acostumbrarnos a su forma de pensar y su forma de ser. Este objetivo lo cumple el capítulo quinto de la obra.


      Según el ya conocido esquema este capítulo tiene los siguientes simbolismos:


      Título: Los Lotófagos.

      Hora: 9-10

      Color: Pardo.

      Personas: Euríloco, Polites, Ulises, Nausícaa.

      Técnica: Diálogo, Soliloquio, Rezo.

      Ciencia, arte: Química.

      Sentido: La seducción de la fF.

      Órgano: Piel.

      Símbolo: Hostia, pene en el baño, espuma, flor, drogas, castración, avena.


      En este episodio sí que es realmente difícil encontrar la analogía con la historia de la “Odisea” basicamente porque es bastante vaga. En la obra de Homero los comedores de loto (lotófagos) muestran un desinterés total por la acción, se muestran totalmente abúlicos (podéis pensar en ellos como si se pasaran todo el día fumados, ambas cosas no difieren mucho). Sí que es cierto que hay un cierto aletargo en este capítulo, una especie de paralización y ralentizamiento que envuelve a los habitantes de Dublín en una hora tan temprana de la mañana. Las similitudes se acaban ahí.


      En cuanto a la técnica del capítulo no difiere apenas de la del episodio cuarto: tenemos una mezcla de mónologo interior en la mente de Leopold Bloom junto con algunas frases del narrador. Eso sí, en este capítulo, el monólogo toma total protagonismo, las frases del narrador se limitan a dos o tres alteraciones puntuales que apenas apuntan pequeños detalles. Todo ello, como siempre, mezclado aparentemente sin orden ni concierto, por lo que, si hasta ahora no era demasiado dificil suponer lo que estaba pasando, en este capítulo la cosa se vuelve bastante más compleja (lo que es la tónica de la novela, vamos). Es por ello que os resumiré un poco lo que está sucediendo.


      Tras su desayuno el Señor Bloom sale a dar un paseo por las calles de su ciudad. Recordemos que tiene un funeral hoy, el de Paddy Dignam, pero no se celebrará hasta las once de la mañana, lo que le deja algo de tiempo libre. Aparentemente camina sin rumbo, observando los escaparates y quejándose del calor (se aproxima una tormenta, hecho referenciado en la mayoría de capítulos de la obra). Pero realmente Leopold sí que tiene un objetivo en este deambular: se dirige dando varios rodeos a una estafeta de correos.


      ¿Por qué da este rodeo? En ningún momento lo comenta pero es presumible que hace esto para reconocer el lugar y evitar así que nadie conocido le vea entrando en esa oficina. Y es que el señor Bloom tiene algo que ocultar. En esa estafeta tiene una cuenta de correo bajo el pseudónimo de Henry Flower (Bloom en inglés significa “floración” por lo que la elección de un apellido tan rematadamente cursi tiene su cierta lógica) a la cual recibe cartas de una amante (meramente epistolar) llamada Martha Clifford.


      Nada más recoger su carta y salir de la oficina de correos se encuentra con un conocido suyo que no le cae demasiado bien y que realmente debe ser un poco pesado como vemos claramente en el siguiente extracto: “M'Coy. Deshagámonos de él pronto. Va a apartarme de mis asuntos. Qué molesta es la gente cuando uno.” M'Coy se para a hablar con él sobre el funeral de Dignam, pero Bloom (como hacemos todos cuando un pesado nos viene a dar la brasa) no le presta la más mínima atención, fijándose en cambio mientras él le habla en una mujer que está saliendo de un hotel. Leopold espera poder verle las medias, pero el pasar de un tranvía se lo impide. El hombre también le pregunta por su mujer Molly y aquí podemos ver claramente como Bloom hace esfuerzos por ni siquiera pronunciar el nombre del que sospecha es su amante:


      “- ¿Ah, sí?, dijo M'Coy. Me alegro de oírlo, viejo. ¿Quién monta el tinglado?


      Mrs. Mariom Bloom. Aún no levantada. La reina estaba en su domicilio comiendo pan con. Ningún libro. Ennegrecidas cartas de figuras yacían a lo largo del muslo de siete en siete. Mujer morena y hombre rubio. Carta. Gato ovillo peluso negro. Trozo roto de sobre.


Vieja.

Y.

Dulce.

Canción.

De.

Amoooor...


      - Es una especie de gira, ¿comprende? dijo Mr. Bloom pensativamente. Dulce canción. Se ha formado una comisión. A partes iguales en gastos y beneficios.

      Vemos como ante la pregunta de quién organiza la gira de conciertos de su mujer (nosotros sabemos que es Boylan, su amante), Bloom piensa en ella y le pasan por la cabeza imágenes confusas sobre la carta que ha recibido esta mañana y el posible adulterio, simplemente para acabar contestando sin mencionar el nombre del galán.


      M'Coy no se para a hablar con Bloom de manera desinteresada, lo que pretende es que Leopold firme por él en el entierro puesto que no le es posible acudir. En el Dublín de la época firmar en un entierro suponía, aparte de la rúbrica, dejar un poco de dinero para la viuda del fallecido, con lo cuál M'Coy realmente le da un pequeño sablazo a nuestro estimado judío.


      Tras despedirse de él, Leopold sigue caminando y aprovecha para leer la carta que le envió Martha oculta en el periódico. La carta va sujeta con un imperdible a una flor y está escrita repleta de faltas de ortografía, con errores, y una gramática más bien mala (“Así que ya sabes lo que te haré, diablillo, si no me escribiste.” !!!). Por lo visto Joyce también tuvo alguna que otra amante epistolar, y es que en el fondo esta novela no es más que una genial autobiografía del autor. Pero no sólo eso, su mujer (Nora Barnacle) no tenía demasiada cultura, por lo que también escribía de esta manera errónea y desordenada (Por si os lo estáis preguntando. No, Nora no leyó nunca ninguna obra escrita por su marido). La carta en sí (y sus incorrecciones) pasará a convertirse en otro de los motivos reiterados de la novela.


      Tras leer esta epístola plagada con referencias sadomasoquistas (en serio, más adelante descubriremos que el sadomaso es una de las fantasias de Bloom, como no, en el capítulo quince), Leopold se mete dentro de una iglesia, no por una cuestión de fe, sino porque tiene bastante calor y las iglesias, al ser edificios de piedra, suelen conservar el fresco. Allí asiste desde lejos a un fragmento de una misa mientras reflexiona sobre la perfecta estructura de la Iglesia Católica y fantasea con encontrarse con su idílica amante tras una ceremonia litúrgica.


      Tras salir de la casa del señor cura, se encamina hacia una farmacia para pedir un ungüento para su mujer y comprar de paso una pastilla de jabón, que guardará en su bolsillo durante todo el caluroso día, con la consiguiente degradación del mismo. Tras esto se encuentra con otro conocido, Lyons Gallito, un hombre peculiar obsesionado con las carreras de caballos, y con la ludopatía relacionada, evidentemente.


      Lyons tampoco le cae bien a Bloom y también quiere algo de él: mirar en su periódico las informaciones sobre la carrera que se celebrará ese día. En ese momento tiene lugar una de las conversaciones más caóticas del libro:


      “- Ascot. Copa de oro. Espere, masculló Lyons Gallito. Un momen. Maximum segundo.

      - Estaba a punto de tirarlo, dijo Mr. Bloom.


      Lyons Gallito levantó la vista repentinamente y lanzó débilmente una mirada maliciosa.


      - ¿Cómo es eso? dijo su voz aguda.

      - Digo que se lo quede, contestó Mr. Bloom. Estaba a punto de tirarlo.


      Lyons Gallito dudó por un instante, mirando desconfiado; luego devolvió con brusquedad las hojas abiertas a los brazos de Mr. Bloom.


      - Me arriesgaré, dijo. Tome, gracias.


      Salió en estampida hacia la esquina de Conway. Anda con Dios mamarracho.


      Lo que acaba de pasar es simplemente que Bloom ya ha leído el periódico y pretende librarse pronto de este personajillo, por lo que intenta regalarle el rotativo explicándole que de todas formas iba a tirarlo. Pero Lyons lo entiende mal y más adelante nos enteraremos de que él cree que Leopold le está recomendando un caballo (originando así un malentendido que tendrá repercusiones negativas para nuestro protagonista).


      Finalmente Bloom piensa en acudir a una casa de baños para tomar uno, cosa que hará fuera de la acción de la novela. Ese ha sido el capítulo, pero antes de dejaros por hoy, una pequeña reflexión.


      En este episodio empezamos a ver claramente cómo Joyce usa los leitmotivs en la obra, mezclándolos constantemente y desnaturalizándolos hasta tal punto que pierden todo su significado. Un gran ejemplo de esto son las dos páginas siguientes a la conversación de Leopold con M'Coy donde se mezcla el tema de Hamlet junto con el aria de Mozart y otro tema fundamental en la novela: lo que quiera que le sucedió al padre de Bloom, cosa que aún no sabemos pero que podemos ir empezando a deducir (“¡Pobre papá! ¡Pobre hombre! Me alegro de no haber entrado en la habitación a mirarle la cara. ¡Aquel día! ¡Dios mio! ¡Dios mio! ¡Fu! Bueno, quizás fuera lo mejor para él.”)


      Ah, y por supuesto aparece otro leitmotiv nuevo que también irá cobrando importancia a medida que transcurra el día. Es el siguiente anuncio de periódico que el Señor Bloom lee de pasada:


“¿Qué es el hogar sin

Fiambre en Pote Ciruelo?

Incompleto.

Con Ciruelo de felicidad repleto.”


       Tomar la publicidad de una marca comercial y convertirlo en arte, si es que en el fondo el Pop-art no fue tan innovador.


      Y con esto concluímos en análisis del capítulo cinco del “Ulises”. Veremos un funeral, en el próximo episodio.



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