Seguimos hoy viendo esta
obra maestra que es «Barry Lindon» de Stanley Kubrick. En esta
ocasión analizaremos un fragmento casi ínfimo de la película, pero
de gran importancia porque realmente es el único momento (aparte de
las primeras escenas) donde vemos a nuestro protagonista como una
buena persona, a partir de aquí, su moralidad irá decayendo de
manera progresiva.
Pero todo esto comienza
con música heroica y escenas de Redmond Barry a caballo,
reflexionando sobre sus planes futuros (viajar a Holanda y de allí
regresar a su país) y tomando decisiones de vital importancia. Según
el narrador Redmond «decidió no dejar nunca de ser un caballero».
Música heroica, caballerosidad,... ¿pero este tío no acaba de
desertar del ejército en el que se había enrolado voluntariamente?
Vemos así una nueva muestra del cinismo del personaje y de la sutil
ironía con la que Kubrick impregna toda la película.
Y finalmente llegamos a
uno de los momentos más emotivos del filme. Quizás el único
verdaderamente emotivo. Cuando nuestro «héroe» se encuentra ya en
el sector prusiano, decide parar a una campesina para conseguir algo
de alimento. Este encuentro le llevará a tener una relación
sentimental con la joven cuya duración y vicisitudes desconocemos,
puesto que se nos cuenta en apenas unos minutos. Por cierto, si
habéis leído el libro, veréis que difiere sustancialmente de lo
aquí mostrado, adaptaciones de Kubrick, poco más hay que decir.
Otra característica de
esta relación es que se nos muestra de manera complemente fría, con
la mayor parte de los diálogos en alemán o en inglés mal
chapurreado lo que incrementa el realismo, pero también distancia al
espectador de la historia. Por otro lado, realmente lo único que
vemos es el principio y el final de la relación, desconocemos todo
lo que haya podido pasar en el medio. Aún así, la escena de la
despedida puede hacer saltar alguna lágrima a los espectadores más
sensibles, otra muestra del gran control de su arte del genial
director.
La relación, por otra
parte, comienza de una manera bastante brusca; y es que ninguno de
los dos se anda por las ramas. En una escena nocturna, de nuevo a la
luz de las velas, Redmond le pregunta a ella por el padre de su hijo
(que está en la guerra) y ella digamos que no se anda con recatos
(«¿Os gustaría quedar conmigo por unos pocos días, o muchos
días?»). Todo esto es acompañado con reflexiones por parte del
narrador sobre el amor en tiempos duros como esos y con una bella
comparación entre la soledad y el combatir en una guerra. Si nos
pusiéramos filosóficos podríamos reflexionar sobre la frialdad y
la oscuridad del mundo (algo constante en la filmografía de Kubrick)
y como es este el único momento plenamente «luminoso» de la
película, el único momento donde Barry parece sentir algo real por
alguien (a pesar de que comienza mintiéndole a la chica). Digamos
que aquí se le ofrece al protagonista una cierta oportunidad de
redención.
Pero, no sabemos muy
bien por qué, no acepta esta redención. Inmediatamente después de
la escena nocturna en que deciden estar juntos, se nos echa encima la
lacrimógena (en el buen sentido) escena de la despedida; todo ello
acompañado de una música sublime, como no podía ser menos. Toda
esta escena transcurre íntegramente en alemán, pero nos da mucha
información. Por ejemplo, vemos que ella le llama por su verdadero
nombre, por lo que podemos suponer que en ese lapso de tiempo que
estuvieron juntos Barry le reveló la verdad sobre su situación (una
muestra más del afecto que siente por ella). Lo que nunca sabemos es
por qué él decide irse de su lado, quizás solo por nostalgia de su
tierra, quizás porque su marido podría regresar de la guerra en
cualquier momento... En cualquier caso ese breve intercambio de
palabras, con ese «Ich liebe dich» tan emotivo... bueno, digamos
que en momentos un poco difíciles de la vida, esta sencilla escena
puede desatar todo un torrente de lágrimas.
Barry y su amada diciéndose Auf Wiedersehen.
Lo dejamos aquí por
hoy, cuando regresemos a la película veremos como la vida de Barry
dará un nuevo giro de ciento ochenta grados que lo llevará por
derroteros nunca vistos hasta ahora y acabará con lo poco de ética
y moralidad que quedan en él.